Media: Hay un paraíso en la esquina de Europa
(El Pais) El rincón occidental del viejo continente junta playas hermosas,  jardines inexplorados, placeres rurales y paisanaje de calado en sus  enclaves pesqueros. El Algarve portugués presume de un patrimonio que  huele a corcho y miel. 
La región portuguesa del Algarve, cuya traducción  literal al castellano es la de "el occidente de al-Andalus" ha sido  desde tiempos prehistóricos lugar de paso para grandes civilizaciones.  Actualmente, la zona que más turismo extranjero acoge de todo Portugal  es una amalgama de recuerdos de distintas culturas que ha sabido  convertirse en una opción vacacional a tener en cuenta con infinidad de  caras y perfiles. Mil y un viajes contenidos en un sólo destino.
Catálogo de playas
Los casi 200 kilómetros de  costa contenidos en el Algarve, y su gran variedad de accidentes  geográficos, confeccionan un muestrario playero completo y de calidad  demostrada: hasta 69 distinciones se reparten por sus arenales en forma  de bandera azul. En Faro, la Ría Formosa es culpable de un llamativo complejo lagunero de 60 kilómetros entre playas y dunas. De Portimao, uno de los municipios más conocidos del Algarve junto con Albufeira y Lagos, destacan los finos bancos de arena y limo. La costa se encuentra flanqueada por la Ría de Alvor  al oeste y por el Arade al este, cuyas aguas fueron fundamentales para  el transporte de la materia prima de la que aún hoy Portugal es primer  exportador mundial: el corcho.
La larga barrera natural de arena  que protege a la ría de la inmensidad oceánica contiene las playas de  Alvor Poente y Nascente, de gran interés gracias a su amplia laguna  interior de dunas y a su fauna. Más espectacular aún es el paisaje unos  cuantos de kilómetros hacia el oeste, ya en la región de Lagos. En Ponta da Piedade,  los protagonistas son el vértigo y el ocre, predominantes en los altos  acantilados que monopolizan el protagonismo de estos arenales.  Sobresalen la Praia da Luz (de aguas tranquilas e ideal para la práctica de deportes náuticos) y la Praia do Canavial,  cuyo recóndito acceso y la total ausencia de instalaciones la hacen  asemejarse a una cala privada que permanece oculta gracias a las  formaciones rocosas que la arropan.
La facilidad para moverse por  los acantilados contrasta con el evidente peligro de dar un paso en  falso por ellos. No obstante, aquel que se arriesgue a serpentear a  través de los senderos de Ponta da Piedade obtendrá como recompensa una  de las más hermosas panorámicas que el Algarve es capaz de ofrecer, con  la ciudad pesquera de Portimao a un lado y la inmensidad del Atlántico  al otro.
Serranías de corcho y miel
Una  vez se abandonan los parajes de agua salada el viajero descubre que la  ruta no ha hecho más que empezar: la descomunal diversidad paisajística  del sur de Portugal espera. Bosques de robles, encinas y alcornoques en  las serranías de Monchique, paisajes mediterráneos y agrícolas que inevitablemente recuerdan a Andalucía en la región del Guadiana y  la gran variedad de estilos arquitectónicos de las poblaciones son sólo  algunas de las caras que el Algarve tiene reservadas como aliciente.
Las  crestas en Monchique son, además de su frontera natural al norte, un  remanso de paz con multitud de rutas pedestres que invitan a adentrarse  entre bosques y deleitarse con la flora y la fauna congregadas en torno a  los riachuelos que discurren hacia el océano; auténticos pasillos  ecológicos donde sobreviven muchas especies en peligro de extinción.  Arropados por el verdor del bosque, los puntuales comercios del lugar  aguardan al viajero con miel casera, extendida sobre pan nacido del  horno tradicional de una de las calles de la villa de Monchique.
Saliendo de Monchique por la carretera EM 266-3 se llega al mirador de Fóia, inicio de una de las muchas rutas de las que dispone el paseante. Hacia el norte, en dirección a Pegoes  y después de atravesar una carretera asfaltada e intuitivos caminos de  tierra, se descubre una apacible ruta montañosa de preciosas panorámicas  (en días claros se divisa el mar) y de aire puro con olor a pino,  eucalipto y brezo blanco. Este lugar es también refugio de especies  amenazadas como la del águila perdicera o el lagarto verdinegro. También  al pie de la EM 266, poco antes de llegar a Monchique, surge la fachada  de las Caldas de Monchique, un spa-resort sin artificios nacido en  pleno corazón de la serranía. Los romanos ya advirtieron la pureza del  lugar y aquí se asentaron atraídos por los beneficios curativos de sus  aguas.
Al sur, en Portimao, el rastro de la presencia humana se  remonta a la Prehistoria, y así lo demuestra el yacimiento arqueológico  de Alcalar. Aunque sus calles han sido pateadas por fenicios,  cartaginenses, romanos y árabes, la ciudad fue oficialmente consolidada  en 1463, con el fin de defender el río Arade de los piratas. Aún hoy, la  Fortaleza de Santa Catarina permanece en pie. Principalmente sustentada  por el turismo, Portimao destaca por iglesias como la de Nossa Senhora  da ConceiÇao, de estilo gótico, y por el Morabito de Sao Pedro, un  pequeño templo islámico reconvertido al culto católico.
Presente y pasado en torno a la ría
Hacia el este, el distrito de Faro sobresale  gracias a la rica herencia cultural de construcciones como la iglesia  renacentista de San Pedro, el teatro romántico de Lethes o el Centro  Histórico Judaico y su sinagoga. Las ruinas arqueológicas como las de  Milreu, a la entrada de la aldea de Estoi dan buena cuenta de la presencia romana en la zona, actualmente, capital del Algarve.
Destaca  el yacimiento de la ciudad portuaria de Cerro da Vila, alrededor del  cual antigüedad y modernidad se yuxtaponen en una muestra de obras  representativas de la escultura británica de segunda mitad del siglo XX,  abierta al público hasta septiembre de 2011. Peter Burke o Allen Jones  funden sus creaciones con un entorno de mosaicos y mausoleos romanos a  pocos kilómetros de la población de Vilamoura.
Entre Faro y Tavira, Olhao surge  como oportunidad perfecta para sumergirse en el ambiente de una de las  muchas ciudades portuarias que hay distribuidas por el sur de Portugal.  Este pueblo se levanta cada mañana con las capturas de los curtidos  pescadores locales expuestas en el mercado, todavía hoy, principal  sustento económico del lugar. El precio de un café en las terrazas  aledañas confirma la escasa afluencia turística, y en la lonja son más  frecuentes las señoras atareadas con el carrito de la compra que los  flashes de cámaras digitales.
Las islas que se intuyen a lo lejos  cuando uno escudriña el horizonte desde Olhao son la guinda final de la  ruta. Es necesario contratar los servicios de algún patrón local para  alcanzar alguno de los muchos trozos de tierra que salpican el mar.  Trozos en los que parece haberse detenido el tiempo con casas bañadas en  cal dispuestas arbitrariamente sobre la fina arena y habitadas por  pescadores que parecen sacados de una novela de Hemingway que reciben  con hospitalidad y calidez al extranjero. Estamos junto al Parque Natural de Ria Formosa,  en su misma desembocadura. Aguas que no alcanzan siquiera el metro y  medio de profundidad, salpicadas de ostras, gaviotas, paz y serenidad  365 días al año.
 
 
 

 
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